Todo estaba tranquilo en el prado. Como siempre,
nuestro amigo el pájaro Dodo se sentía muy especial, ¿cómo no?, ya que su raza
era muy rara y, por lo tanto, muy apreciada por todos.
Pasó por delante de la casa del señor Zorro y
se paró a saludarle, a la vez que se pavoneaba.
- Hola, señor Zorro –le saludó.
- Hola señor pájaro Dodo. ¿Qué tal se encuentra hoy? –le respondió el
zorro mientras se sacudía la ropa y se
atusaba el flequillo para causar mejor impresión a su amigo.
- Jo, muy bien, gracias, aunque no me convence el estado de plumas de mi
cola –dijo mientras se miraba su cola perfecta.
El zorro observó su magnífica cola y,
avergonzado, pensó: “si esa cola perfecta a él le parece que está mal, ¿qué
pensará de mí?”.
Apenado, el zorro se despidió y siguió
trabajando en su jardín.
El pájaro Dodo decidió encaminarse hacia el
lago y, mientras lo hacía, pensaba en lo hermoso y especial que era. Cuando llegó
al lago, se encontró a la señora Rati y se dirigió hacia ella.
- Hola señora Rati. ¿Qué tal se encuentra hoy? –preguntó el dodo con su
tono arrogante.
- Muy bien –respondió la señora Rati, que en ese momento se arreglaba el
pelo y dedicaba su mejor sonrisa al pájaro.
- Hoy es un buen día -comentó el dodo-, qué pena que hoy mi pico no
brilla.
La señora Rati empezó a sentir una gran vergüenza
al pensar “si su pico, que hoy resplandece, le parece que está en mal estado,
para él mi sonrisa no será más que un boceto sin acabar en una hoja de papel”.
Y, así, decepcionada, se alejó del dodo y tomó rumbo hacia su casa.
El dodo, resplandeciendo de alegría por haber
quedado por encima de sus vecinos, siguió caminando y se encontró con que, en
una zona de la pradera, se estaba mudando una oca, así que decidió acercarse
para esparcir su reputación magnífica por allí.
- Hola, soy el señor pájaro Dodo.
- Hola, yo soy Eucaria, la oca, encantada de conocerlo, aunque ya me han
hablado de usted. Decían que era muy majestuoso y elegante, el mejor de todos
los de aquí, y de una especie excelente, pero yo no veo ninguna de esas cosas.
- ¡¿Cómo?! –exclamó confuso el dodo-. Yo soy el animal más popular y
fantástico de este prado, ¿cómo puedes decir lo contrario?
- Muy simple –respondió la oca-. Yo no me fijo en lo hermoso que sea el
plumaje de alguien para calificarlo, sólo en su forma de ser y su voluntad. Para
una oca como yo, el físico no cuenta, así que para mí sólo eres un animal más,
arrogante e incluso desconsiderado por presumir tanto y dejar en mal lugar a
los demás.
El pájaro dodo empezó a sentir una gran vergüenza
y de dio cuenta de que se había portado fatal, así que se marchó a su casa y,
partir de ese día, siempre alababa a los demás e intentaba ayudarles a sentirse
bien y felices.
Porque descubrió que la verdadera belleza no se ve,
se comprende.
Cristina Díaz Segovia, 3º D
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